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Cantinflas y Chespirito

Me he posicionado como antifan, entre otras personas, de Cantinflas (Mario Moreno) y de Chespirito (Roberto Gómez Bolaños). Me preguntan con cierta frecuencia por qué. Resumo las respuestas que he dado al paso del tiempo.

Me parecen social, moral y políticamente repugnantes tanto como personas como en sus creaciones y personajes.

Mario Moreno defendió en todas sus películas que la única rebeldía adecuada para el pobre era asumir los valores de sus opresores, de los que se burlaban de él, haciéndose respetable en su religión, su dinero y su sistema político. Su humor me parece bastante básico: más allá del enredo de palabras que repitió cansinamente durante 44 años, no tiene ninguna aportación adicional digna de mencionarse, en todas sus películas era el mismo personaje haciendo lo mismo y pasando por procesos similares para llegar a finales idénticos, acudiendo a la sensiblería más elemental sin ninguna profundidad, ninguna tridimensionalidad y ningún contexto. El patrioterismo aneuronal no se cansó de compararlo con Chaplin o con Groucho Marx, pero nunca dio razones para tales excesos, y ciertamente no parecen existir. Pero hay pocas cosas más políticamente incorrectas que meterse con Cantinflas, claro.

Su caricatura del «peladito» como una especie de imbécil con labia siempre me pareció una ofensa a partes iguales al indígena y al pobre. Como actor me parece menos versátil que Charlton Heston y su capacidad histriónica y de originalidad cómica era nula. Además de eso, siempre fue un aliado del poder y de la iglesia, y utilizó su influencia para promover la sumisión del pobre y los valores más patéticamente clasemedieros del peor cine mexicano. En lo personal, su visión cristiana de la solidaridad como caridad siempre me pareció ofensiva, mientras que su adscripción a la secta «gnosis» del ínclito demente Samael Aun Weor es la cereza de un pastel que me parece en su totalidad vomitivo.

Me molesta especialmente que se le considere un representante de los mexicanos porque evidentemente no representa absolutamente a nadie que yo haya conocido en la ciudad o en el campo. Siempre sentiré al México que yo conozco más representado –pese a las limitaciones de ese cine en esos años 1940-60– por Fernando Soler, Joaquín Pardavé o Tin Tán.

En el caso de Chespirito, su humor (además de repetitivo e infantiloide) se basa en la crueldad hacia el diferente. Un señor con sobrepeso es «el Señor Barriga» y no hay nada más jocoso que golpear a un gordo, ¿no? así nos regaló años de chistes humillantes sobre el vientre del personaje y un golpe en cada capítulo… una genialidad que en su fantasía dejaba atrás a los Monty Python, vamos. Otro personaje de su elenco tiene una estatura por encima de la normal, por tanto es «el Profesor Jirafales» y otro tanto de chistes humillantes sobre su estatura, con joyas de la creación comédica como llamarle «Maestro Longaniza» (¡y cobraba por eso!) Una mujer es anciana, y nada más original, inesperado y brillante que llamarla «vieja bruja» y usar su edad como motivo de burla incesante (un cartero mayor de edad sufre el mismo destino en las garras de Roberto Gómez Bolaños), y con esas bastedades de comedia dudosísima, el tipo creía que Gila era un tarado.

Un señor más  es delgado y no tiene dinero… pues a burlarnos de su delgadez y de su pobreza, qué carambas, that’s comedy, man, y no Tin Tán o Joaquín Pardavé.

El propio «Chavo del Ocho» es un niño que se la pasa en un barril y siempre tiene hambre. Y esto a «Chespirito» le parece absolutamente hilarante… ¿acaso hay algo más humorístico, jocoso y digno de burla que un niño con hambre? Pues a ojos del millonario guionista y actor no…  Y más si además se le convierte en un niño sin dignidad, capaz de hacer lo que sea, de cualquier humillación, sólo por comer, eso, cree Roberto Gómez, es para revolcarse por el suelo entre carcajadas… Vamos, que Chespirito en el Cuerno de África se lo pasaría de lo más divertido…

Pero… pues que se rían Roberto Gómez Bolaños y su abuela, a mí no me hace gracia ni como individuo ni como padre. Es basto, lamentable, perpetuador de una visión iturbidista y de los Caballeros de Colón, fascista y autoritario, una visión de la comedia y la diversión pacata, miserable y estrecha, el chiste bobo adornado de arrogancia, clasismo y superficialidad, falto de ideas y agresivo con la persona. Es a la comedia lo que la Tigresa de Oriente es a la música, pues.

Si a eso le añades las campañas de Chespirito en favor de Fox y Calderón y su lucha contra el derecho de las mujeres a decidir sobre su aborto, pues muy simpático no me resulta, no. Y que ese esperpento (un poco menos El Chapulín Colorado, aunque con sus «running gags» o chistes repetitivos o frases machaconas, cada episodio era 40% igual a todos los demás, lo cual olía a «ya no se me ocurre nada» o «miren cómo les veo la cara de pendejos») se erija como «icono cultural» mexicano junto con Cantinflas me parece lamentable. No somos como nos pintan ni Chespirito, ni Cantinflas ni ese otro chiste malo que fue Octavio Paz.

Por suerte.

(Publicado originalmente en «No que importe», el 27 de cddiciembre de 2013)
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